Compartir piso

Compartir piso es complicado. Y compartir piso es muy complicado si tus compañeros son una desgracia.

En mi casa hay cuatro habitaciones, dos dobles y dos individuales. En la doble viven una asiática y uno que no sé de dónde es, en la otra una británica y en la otra un asiático.

Capítulo I: Lavadora. Llegué un sábado y lo primero que hice fue comprar sábanas y toallas, lo segundo que quería hacer era lavarlas peeeeeeero la lavadora estaba ocupada. El domingo seguía ocupada y luego se estropeó. Luego he podido usarlas con más o menos regularidad a pesar de que hay alguien que pone su ropa a lavar y no la saca hasta dentro de cuatro días. Hoy he llegado a las seis del trabajo y ahora la puta lavadora sigue ocupada con las jodidas sábanas, que van a oler a humedad, de yo qué sé quién.

Capítulo II: El váter. Existen muchos tipos de coleccionistas, en esta casa lo son de los tubos de cartón del papel higiénico, porque lo acaban y lo dejan ahí colocadito durante meses hasta que de repente no están. Además siempre dejan la tapa del váter subida, aunque bueno, por lo menos tiran de la cadena.

Capítulo III: La ducha. Si hay algo que me perturbe es que una cortina de baño me toque. Si hay algo aún más perturbador es que esa cortina en algún momento fuera blanca pero ahora sea color sucio. Sí, yo tampoco quiero ducharme con eso a mi alrededor, sin embargo la uso. Cada vez que uno de mis compañeros -sospecho de uno- se ducha, el baño acaba siendo una jodida piscina literal. Y si pasan la fregona no te creas que luego la escurren, no. Omito la bola de pelos en el desagüe (arcada).

Capítulo IV: El correo. Llega el cartero y entre cien cartas de un tal Mohamed no sé qué, que nadie conoce, llegan cartas tuyas pero ellos deciden cogerlas y dejarlas encima del microondas porque sí, mira, porque la vida es bella.

Capítulo V: La cocina. Ese mismo día la agencia ha mandado al cleaner pero tus compañeros hacen la cena, les salpica el aceite y te lo dejan extendido por todos los fuegos por si lo quieres reutilizar. Con tropezón incluido.

Capítulo VI: La basura. Tenemos un contenedor de basura a 10 metros de la puerta de casa. Pues no, en este piso llenas el cubo, sigues tirando cosas, esas cosas se caen al suelo porque no cabe más y tú tan tranquilo, vale?

Capítulo VII: Los portazos. Por si no te despiertas en cuanto amanece porque NO EXISTEN LAS PERSIANAS, ellos cuando se van a sus clases/trabajos/lo que hagan en su vida dan un portazo en su habitación y en la puerta del baño y en la de la calle, porque oye, mira, tengo prisa.

Capítulo VIII: La puerta abierta. En la puerta de la calle hay una cerradura normal -de la que todos tenemos llave- un cerrojo que no sé qué hace ahí y una cadena que se puede echar SOLO por dentro, por lo que dormimos con la puerta abierta porque no sabemos quién será el último en llegar y no es plan de dejar a nadie en la calle.

Por suerte no me entienden cuando grito que vaya putos gilipollas son y algunas cosas sobre sus muertos.

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